sábado, 4 de junio de 2011

¡finalmente, mermelada de fresa!

 
foto: www.juanvaquero.net

 El año pasado por estas fechas (recién regresada a la ciudad donde nací... Madrid) me lamentaba de cómo se había perdido calidad en las fresas por culpa de los cultivos masivos, su manipulación, etc. Comprar una buena fresa, que nada tiene que ver con su aspecto, se había convertido en esta ciudad inhumana y sus alrededores en una acción reservada a economías despreocupadas.
Las mejores fresas que recuerdo haber comido de niña ya no se cultivan. Le dan nombre a un trenecillo para turistas y han sucumbido bajo los cimientos de la expansión urbanística del pueblo que se dedicaba a presumir de ellas, de nombre Aranjuez (Y sí, Madrid está lleno de gilipollas -me permito decirlo porque quizá yo, como madrileña, también lo sea-).
Después he comido fresillas de monte deliciosas en Huesca y en Orense. Las fresas gallegas son deliciosas. En Cataluña hay unas fresas riquísimas también. Mi experiencia -corta o larga- no me permite mencionar quizás otras que no he conocido y debiera -¡ojalá!-. Que me perdonen en Huelva, pero su cultivo no me interesa (no estoy por los latifundios), practican mucho, no obstante, el cultivo ecológico que tanto se reclama por el consumidor voraz y preocupado amante de lo importado.
Viví unos cuatro años en una región donde por el calor no se da la fresa, pero han hecho las mismas burradas con el tomate y toda su huerta en general. También se ha perdido su cultura del campo en beneficio de unas construcciones fantasma... Mares de plásticos, abandonados o no, dejan paisajes casi apocalípticos y tierras muertas por el exceso al que han sido sometidas... Miles de hectáreas de limoneros que han terminado siendo vendidos como leña por no ser rentable su recolecta...  Etc. Este lapso sin fresas, me hizo ser consciente de inmediato al regresar a Madrid de cómo se había deteriorado el fruto y ya expresé en este post del año pasado cuál era mi frustración.
Si hay algo que me fascina de cocinar es conseguir el producto. Yo soy de naturaleza recolectora (reconozco en mí la línea directa de los genes que me trae de nuestros ancestros animales el instinto de buscar por el monte y lo disfruto de una manera casi mística). Es a mis padres a quienes tengo que agradecer estas enseñanzas. Pero vuelvo ahora a las fresas. El placer de encontrar las mejores fresas que he podido, no es un don muy diferente al que tanto se practica cuando nos vamos de compras. Es algo que nos une también a los humanos, como herencia de los tiempos del trueque (tan recomendable, por cierto, para dejar de ser esclavos de este consumismo absurdo al que estamos sometidos). No soy tan diferente... yo solamente prefiero salir a buscar fresas que a ir de compras.
Con respecto a lo que reflexionaba el año pasado, me ratifico radicalmente ahora, si la mermelada que consumes no ha sido elaborada con fruta de cultivo ecológico, mejor no tomarla. Los metales pesados no desaparecen con la cocción, y sí las vitaminas... Sobre todo atención a cualquier producto que crezca próximo a una carretera (seguro que los habéis visto por todas partes), esas plantas fijan los metales pesados de los carburantes que da gusto. En el caso de las frutas hechas mermelada, ¿qué acabaríamos tomando?: quizá sí un delicioso bocado azucarado, pero bien contaminado. Ya de por sí las mermeladas han de ser consumidas con moderación, son de esos pequeños placeres de los que mejor no abusar, y mejor también no ofrecérselas a los niños.

A pesar de todo esto, y quizá por ello, no me resisto a hacer mermeladas. Este año por fin, me hice con unas buenas fresas. Saqué una mermelada con trozos de fruta y otra de fresa ácida. Me gusta macerar las fresas con el azúcar antes de la cocción, les añado unas gotas de vinagre de vino que compensa muy bien el ácido de la fresa y potencia así su sabor. La receta de la mermelada de fresa ácida fue un feliz hallazgo de la fatalidad con un pedido grande que no me permitía procesar a tiempo todas las cajas que tenía y se me echaban a perder las últimas... ¡pero no! Saqué mermelada de fresa ácida. Y no cuento más. Las tengo a la venta.

Por primera vez me voy a dedicar a la venta directa en un mercadillo de artesanía en un pueblo de por aquí... También practico trueque con mis mermeladas (es muy gratificante, por cierto). Antes trabajaba con restaurantes y ahora de restaurantes prefiero no hablar.

Por cierto, con los rabillos verdes de las fresas se hace una infusión que al colarla nos da un tónico astringente muy útil para equilibrar pieles adolescentes o pieles grasas también.

Ya tengo en marcha el siguiente post de este blog tan desatendido hasta ahora. Hablaré de albaricoques, que tienen mucha personalidad en conserva.

Salud.

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